Por: Juan Diego Márquez (el man de la foto)
Después de una larga mañana de sábado, en la que, para sorpresa de muchos, la resaca no se hizo presente, llegó la calurosa tarde y con ella la ambigua necesidad de diversión previa a un evento de grandes magnitudes y expectativas.
Yo, ahora no tan joven, y mi amigo, el del título de MI y unos años menor que yo, como de costumbre, buscábamos saciar nuestra capacidad gastronómica, contemplar la magnánima belleza paisa en un centro comercial y esperar a que la no tan calurosa noche rindiera sus frutos, cosecha que para mi amigo podía ser más productiva que la mía, esperando que una linda niña bogotana estuviese en la ciudad, por lo cual la inexorable llamada no se hizo esperar.
Justo en ese momento, rompiendo el letargo, se escucha una canción de los black eyes peas, que indica que el número de quien me llama no es ni una niña ni un amigo. Para sorpresa mía era otro ajedrecista, un ajedrecista algo tosco, burdo e incomprendido, que aunque no creo que sea un bohemio, es inconformista, libre y no convencional, quien con su simpatía característica nos dijo que estaba cerca de nuestra ubicación geográfica.
Minutos después ya éramos tres, él, mi amigo y yo; él, quien con su particular manera de decir las cosas, algo sudoroso y ávido de diversión nos hizo partícipes de su conversación autista y carente de sentido para nosotros en ese momento. Mi amigo, leal, noble y soñador, con grandes esperanzas que lo acompañaban por la incertidumbre y yo, el del tradicional sarcasmo que a alguna pregunta responde: no me pregunten de eso que yo de esas cosas no sé.
Para fortuna de mi amigo, la niña estaba en Medellín, cerca de la liga, por lo que decidí como adulto responsable, que se merecía una gran sonrisa antes del tan esperado evento. Después de una larga espera, por fin conocí a la susodicha, una bella niña con el cabello liso y unos labios bastante provocativos, a la que nuestro sudoroso compañero calificó de monumento y con uno de sus ya conocidos e inoportunos comentarios le dijo que su casa se había convertido en un hotel, comentario que hizo que la cara de la niña cambiara de felicidad a asombro.
Para nuestra desgracia los comentarios no cesaban, y ni la gran luna llena que cubría el hermoso cielo pudo ocultar la pena ajena que sentimos al ver que aquel bello rostro se tornaba asustadizo. Cinco minutos después la despedida, que más pareció ser una bienvenida por el chocolate que mi amigo le regaló a su musa, volvió a ser vulnerada por otro comentario que nuevamente no encajaba. Sin embargo, la risa se desató de las otras tres bocas cuerdas o quizás, en ese momento, algo más paranoicas y no quedó más remedio que concluir la reunión con un te ves al rato.
Yo, ahora no tan joven, y mi amigo, el del título de MI y unos años menor que yo, como de costumbre, buscábamos saciar nuestra capacidad gastronómica, contemplar la magnánima belleza paisa en un centro comercial y esperar a que la no tan calurosa noche rindiera sus frutos, cosecha que para mi amigo podía ser más productiva que la mía, esperando que una linda niña bogotana estuviese en la ciudad, por lo cual la inexorable llamada no se hizo esperar.
Justo en ese momento, rompiendo el letargo, se escucha una canción de los black eyes peas, que indica que el número de quien me llama no es ni una niña ni un amigo. Para sorpresa mía era otro ajedrecista, un ajedrecista algo tosco, burdo e incomprendido, que aunque no creo que sea un bohemio, es inconformista, libre y no convencional, quien con su simpatía característica nos dijo que estaba cerca de nuestra ubicación geográfica.
Minutos después ya éramos tres, él, mi amigo y yo; él, quien con su particular manera de decir las cosas, algo sudoroso y ávido de diversión nos hizo partícipes de su conversación autista y carente de sentido para nosotros en ese momento. Mi amigo, leal, noble y soñador, con grandes esperanzas que lo acompañaban por la incertidumbre y yo, el del tradicional sarcasmo que a alguna pregunta responde: no me pregunten de eso que yo de esas cosas no sé.
Para fortuna de mi amigo, la niña estaba en Medellín, cerca de la liga, por lo que decidí como adulto responsable, que se merecía una gran sonrisa antes del tan esperado evento. Después de una larga espera, por fin conocí a la susodicha, una bella niña con el cabello liso y unos labios bastante provocativos, a la que nuestro sudoroso compañero calificó de monumento y con uno de sus ya conocidos e inoportunos comentarios le dijo que su casa se había convertido en un hotel, comentario que hizo que la cara de la niña cambiara de felicidad a asombro.
Para nuestra desgracia los comentarios no cesaban, y ni la gran luna llena que cubría el hermoso cielo pudo ocultar la pena ajena que sentimos al ver que aquel bello rostro se tornaba asustadizo. Cinco minutos después la despedida, que más pareció ser una bienvenida por el chocolate que mi amigo le regaló a su musa, volvió a ser vulnerada por otro comentario que nuevamente no encajaba. Sin embargo, la risa se desató de las otras tres bocas cuerdas o quizás, en ese momento, algo más paranoicas y no quedó más remedio que concluir la reunión con un te ves al rato.
2 comentarios:
Que bueno que todo no sea información seria, este tipo de notas lo divierten a uno. Ah... y se me olvida, un saludo a Vlado.
Saludes a todos los de la liga de antioquia desde Bogotá, se están luciendo con la información.
Hey Juan Diego, no creo que sea muy noble de tu parte, ni necesario, degradar al Vlado para tratar tu argumento, bueno en fin.
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